Cuando la temperatura de la superficie se calienta, se produce la fusión del hielo de los glaciares y aumenta la cantidad de agua que desemboca en los océanos. Lo anterior pone en peligro a la infraestructura urbana y portuaria, a manglares, humedales costeros, playas y suelos productivos, que se encuentren próximos al nivel del mar.
El aumento de la temperatura ha implicado un incremento tanto en la frecuencia como en la severidad de las olas de calor, afectando a la vida y calidad de vida de las personas, así como la probabilidad de incendios forestales.
Si la temperatura de los océanos se vuelve más cálida, las tormentas son más intensas. En las últimas décadas la intensidad y cantidad de ciclones, huracanes y tormentas ha aumentado drásticamente. En las costas chilenas también los han hecho las marejadas. Todos ellos con posibles consecuencias de inundaciones de territorios, y sus consecuentes costos asociados.
Las sequías se han extendido físicamente y son más prolongadas. La sequía afecta la disponibilidad y calidad de agua para el consumo humano, producción agrícola, industrial y minera, afectando también los ecosistemas y la biodiversidad. La sequía afecta la disponibilidad y, por lo tanto, también el precio de los alimentos.
La mayor desertificación, el aumento de la temperatura de los océanos, así como la desforestación o incendios forestales, ponen en peligro a varias especies que pronto podrían extinguirse (ej. araucaria y alerce).
Inundaciones, temperaturas más cálidas y sequías, se combinan y crean condiciones adecuadas para la proliferación de ciertas enfermedades y de malnutrición.
Plantas o animales mueren o se trasladan a otros hábitats (no nativos), cuando los ecosistemas de los que dependen para sobrevivir (ej. La corriente de Humboldt) se ven amenazados.
Todos estos efectos y riesgos producirán grandes pérdidas sociales, medioambientales y económicas, incrementando las desigualdades sociales entre regiones y aumentando la brecha entre ricos y pobres.